lunes, noviembre 10, 2025

El espejismo del anacronismo: el riesgo de forzar los diálogos curatoriales en los museos

En el Museo Bello hace unos días me encuentro durante mi visita, que muchas obras que habían estado exhibidas en los primeros dos niveles del edificio -arte plumaria del siglo XVII, un plano de la ciudad del siglo XVII, algunos objetos de plata novohispana, pinturas y objetos litúrgicos- no se encontraban en su sitio original.

En los últimos años, se ha vuelto casi una moda exhibir en los museos obras contemporáneas junto a piezas antiguas, como si el simple contraste temporal garantizara profundidad en el discurso.

Exposiciones como Modern Antiquity: Picasso, de Chirico, Léger, and Picabia in the Presence of the Antique, montada en el J. Paul Getty Museum entre 2011 y 2012, que presentó obras de artistas modernos junto con objetos de la antigüedad clásica; From Ancient to Modern: Archaeology and Aesthetics, realizada en el 2015 en el Institute for the Study of the Ancient World en Nueva York, que reunió más de 50 objetos antiguos de Mesopotamia con obras modernas y contemporáneas; o Juxtaposing Craft en el Museum of Far Eastern Antiquities de Estocolmo (2022–2023), que exhibía  artesanía de diseño contemporáneo con objetos antiguos japoneses; justificaron su propuesta curatorial bajo la idea del “diálogo entre épocas”; sin embargo, es una justificación débil: en muchos casos, lo que ocurre es una ruptura de sentido más que un encuentro fecundo.

Con estas referencias, podríamos pensar que esta situación se da sólo en museos de otros países, sin embargo, en días pasados me percaté de que esta “moda curatorial” ha llegado a los museos poblanos. Visité el Museo José Luis Bello y González, un espacio, que cualquiera que me conozca sabe, que es muy amado para mi porque hace 15 años tuvo el honor de encargarme de su curaduría para reabrirlo después de 10 años de cierre debido a los daños sufridos por el sismo de 1999.

La colección del Museo Bello es rica tanto en espectro temporal -hay obras desde el siglo I a.C. al siglo XIX-; en procedencias geográficas -hay obras de Asia, Europa y América-; en variedad -pintura, escultura, grabados,mobiliario, ornamentos religiosos-; como en materiales -plata, marfil, cristal, porcelana oriental, hierro forjado, mármol-; eclecticismo que responde a un contexto muy específico: el del coleccionismo decimonónico, contexto en el que Don Mariano Bello y Acedo conformó esta colección a lo largo de su vida.

Cuando en la década de los 30 del siglo pasado, Don Mariano Bello redacta su testamento y dispone que su colección se herede a la Academia de Bellas Artes de Puebla para conformar un museo público en memoria de su padre que sirva para “educación y deleite de las futuras generaciones” -como él mismo lo escribe en su testamento- le otorga una carga simbólica mayor: ya no sólo se trata de objetos “bonitos” con una función exclusivamente estética, sino de “artefactos culturales” con un peso histórico y una referencia contextual en tiempo y espacio específica que sirven no sólo para ver, sino para educar.  Bajo esta premisa funcionó el museo desde su apertura en 1944.

Pero entonces hace unos días me encuentro durante mi visita, que muchas obras que habían estado exhibidas en los primeros dos niveles del edificio -arte plumaria del siglo XVII, un plano de la ciudad del siglo XVII, algunos objetos de plata novohispana, pinturas y objetos litúrgicos- no se encontraban en su sitio original. Las encontré en el tercer nivel del edificio, exhibidas en la muestra temporal “De lo Bello a lo invisible” en donde estas obras antiguas conviven con expresiones contemporáneas del artista Francisco Guevara. El impacto fue enorme: objetos de plumas, monedas, biombos pintados con formas abstractas en el 2024, textiles, pinturas y objetos modernos conviviendo con una cera de agnus del siglo XVIII, objetos litúrgicos del periodo novohispano, con talavera histórica de los siglos XVII y XVIII, con bargueños taraceados en marfil de los siglos XVIII y XIX ….

Las obras del pasado nacieron de contextos específicos: sistemas de creencias, técnicas, encargos y miradas sobre el mundo que ya no existen. Cuando se las arranca de ese entramado para enfrentarlas a discursos actuales, corren el riesgo de convertirse en accesorios de la contemporaneidad, piezas utilizadas para reforzar un relato curatorial que utiliza el objeto antiguo como un “material de inspiración” pero que le hace perder parte de su “función original” o su contexto como artefacto cultural. Si bien es cierto que esto puede favorecer la reflexión, también diluir el “peso histórico” del objeto original.

Si bien este tipo de exposiciones “dialógicas” permiten visibilizar la continuidad -o la ruptura- entre épocas y pretenden evidenciar que el arte del pasado no es sólo “objeto de museo” sino que es fuente viva de inspiración; corremos el riesgo de que se pondere el “uso decorativo” de lo antiguo como simple acento para lo moderno. ¿Cuándo la yuxtaposición efectivamente genera diálogo profundo y cuándo se convierte en una operación curatorial de moda sin sustancia? ¿Qué tan conscientes son los curadores de los contextos originarios de las obras antiguas?

Personalmente, mi visita a la exposición temporal del Museo Bello me hizo preguntarme hasta qué punto el objeto antiguo sigue siendo “propio” de su contexto o, si con este tipo de ejercicios, se ha convertido en un “comodín estético” o en una simple “referencia técnica” para lo contemporáneo.

Considero que cuando lo antiguo se coloca junto a lo contemporáneo sin suficiente mediación o sustento, puede quedar reducido a una “escenografía” que privilegia el impacto visual inmediato, banalizando lo antiguo, haciendo que se minimice, o incluso se pierda, su dimensión histórica, artística y cultural propia.

Tampoco es mi intención negar el valor del anacronismo curatorial, que puede ser fértil cuando se aborda con rigor y sensibilidad; sino de advertir que no toda convivencia produce diálogo, ni toda yuxtaposición genera pensamiento. En ocasiones, lo que se busca como gesto innovador termina por despojar a ambas obras, la antigua y la moderna, de su densidad simbólica y temporal.

El reto para los curadores contemporáneos es enfrentar los riesgos de forzar los diálogos curatoriales anacrónicos con rigurosidad, seriedad y disciplina; no imponer diálogos imposibles, sino escuchar los silencios entre las obras, permitir que el tiempo, con sus rupturas y continuidades, se exprese sin artificio. Porque a veces, más que hacer convivir las épocas, lo que necesitamos es reaprender a mirar cada una en su propio lenguaje.

Ana Martha Hernández Castillo
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Historiadora del arte y doctora en estudios históricos. Docente e investigadora de temas culturales y artísticos de la ciudad de Puebla. Gestora de proyectos culturales en el ámbito público y privado

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