Como lo avisé en pasadas entregas, nuevamente el sindicato Burócratas de Puebla se tambalea.
La historia parece repetirse.
El gremio que agrupa a más de 3 mil 600 trabajadores de los tres Poderes del Estado está al borde del colapso.
Y todo por lo mismo, ambición, egos y una nula capacidad de liderazgo de sus protagonistas, Jhovany Oliver Gallo y su opositora Martha Rodríguez.
El primero, por omisión; la segunda, por obstinación.
Jhovany, actual dirigente, ha sido incapaz de unir a los grupos que integran el sindicato, mientras Martha insiste en atizar el fuego, saboteando cada intento de organización.
El resultado es un sindicato fracturado, asamblea suspendida entre gritos, empujones y cientos de trabajadores hartos, otra vez, de servir de carne de cañón en pleitos personales.
El viernes pasado, la Asamblea General Extraordinaria para elegir al nuevo Comité Electoral se convirtió en campo de batalla.
Retrasos, puertas cerradas y un grito unánime de “¡fuera Jhovany!” marcaron el evento que terminó sin acuerdos.
La planilla Rosa, liderada por Martha irrumpió acusando manipulación y el proceso se vino abajo.
Jhovany rompió el silencio con un comunicado.
Dijo que suspendió la asamblea por “inseguridad” provocada por grupos disidentes encabezados por Martha; acusó agresiones verbales y físicas, y defendió que actuó “apegado a los estatutos” para salvaguardar a adultos mayores y personas con discapacidad.
Prometió reponer las asambleas y garantizó que se buscaba una elección “libre, directa y secreta”.
Martha, en su mensaje a los trabajadores, ofreció otra lectura.
Denunció violaciones a los estatutos, explicó que se intentó imponer un “voto ciego” con boletas donde no se identificaban las planillas —“¿cómo ibas a saber por quién votar?”— y narró el intento de transparentar propuestas y candidaturas.
Para ella, la suspensión fue resultado de irregularidades previas y de una logística diseñada para favorecer a “su gallo” de Gallo.
Hay que recordar que hace 4 años el sindicato ya sufrió una fractura que lo dejó acéfalo por más de dos años.
Los empleados perdieron aumentos, negociaciones y representación.
Hoy, la historia amenaza con repetirse.
Trabajadores reprochan que mientras ellos sacrifican terapias y jornadas para acudir a las asambleas, sus líderes solo piensan en cuotas de poder.
La base está cansada.
Si los actores insisten en mirarse al espejo de sus intereses, el riesgo es real, volver a quedarse sin sindicato.
La realidad es que ninguna de las dos versiones defiende a la clase trabajadora por sí sola.
Al final, la cruda verdad es que los sindicalizados pagan la factura.
Ahí están los extremos: Jhovany habla de violencia y orden; Martha de trampas y exclusión.
Entre ambos, la base quedó atrapada.
De los dos no se hace uno.
Y el riesgo sigue latente.
Tiempo al tiempo.

