domingo, octubre 5, 2025

Domus aurea: La huella de la devoción a la Virgen del Rosario en Puebla

Este templo no es únicamente un edificio; es un testimonio tangible de la historia social de Puebla. En él convergen la devoción popular, la tradición litúrgica y la expresión artística de la época, desde retablos hasta elementos escultóricos que narran episodios religiosos.

Cada 7 de octubre, Puebla se viste de devoción para honrar a la Virgen del Rosario, una advocación que ha acompañado a la ciudad desde la época vireinal; los fieles se reúnen en la Capilla del Rosario, corazón de esta tradición; una explosión de oro y luz en pleno centro de Puebla; que más que un edificio, es un testimonio de siglos de fe, arte y devoción que ha cautivado a generaciones, y cuya historia revela la pasión y dedicación de los frailes dominicos que la concibieron en el siglo XVII.

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El culto a la Virgen del Rosario está asociado a la Orden de los Predicadores o dominicos. Según la historia, Santo Domingo de Guzmán, por ahí del año 1200, estaba muy abrumado por la herejía que le rodeaba, así que se fue al bosque en donde rezó tres días y tres noches. En uno de estos días, se le apareció la Virgen con un rosario y le dijo que rezarlo era “el medio más poderoso para destruir la herejía, los vicios, motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección.” El santo entonces, se dedicó a predicar las ventajas del rezo del Santo Rosario.

Más adelante, cuando la Liga Santa se enfrentaba a la flota del Imperio Otomano que amenazaba con extender su dominio por el Mediterráneo, el culto a la Virgen del Rosario se hizo “viral”: la victoria cristiana en la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, se atribuyó a la intercesión de ésta advocación, quien fue invocada a través del rezo del Santo Rosario por el Papa Pío V.

En el ámbito novohispano, la implementación y posterior difusión de la devoción a la Virgen del Rosario fue mucho más que una tradición religiosa: fue un hilo histórico que conectaba siglos de fe, arte y vida comunitaria. Su culto fue promovido por los frailes dominicos desde la llegada a la Nueva España, quienes establecieron cofradías y difundieron el rezo del Santo Rosario como un medio para fortalecer la unidad y la espiritualidad de los pobladores.

En Puebla, la fervorosa veneración de los feligreses a esta advocación mariana despertó hacia 1650, un impulso, casi una necesidad, de crear un espacio arquitectónico que materializara la fe colectiva en esta advocación; así, se decidió construir, en el lado izquierdo del crucero del templo de Santo Domingo, una nueva capilla del Rosario, cuyo diseño y ornamentación reflejaban, tanto el gusto estético del período -el barroco-, como la intención de ofrecer un lugar digno para la celebración de rituales, procesiones y festividades.

Su construcción, iniciada en 1650 bajo la guía del fraile dominico Juan de Cuenca; duró 40 años y fue concluida por los frailes Agustín Hernández y Diego de Gorozpe; el 16 de abril de 1690, fue consagrada por el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz. Su interior, de planta de cruz latina, fue cuidadosamente ornamentado con exuberantes decorados dorados que representan los más altos modelos del barroco; combinados con las dos técnicas artísticas más desarrolladas en Puebla: la talavera y las yeserías; por lo que esta obra, considerada en su momento como la Octava Maravilla del Mundo, representa la manifestación más sublime del barroco novohispano del siglo XVII.

El lenguaje simbólico de su abigarrada decoración sigue un impecable orden teológico que gira en torno a las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad; a los quince misterios del Rosario -gozosos, dolorosos y gloriosos-; a las virtudes de la Virgen, a los Profetas y Santos dominicos; discurso de salvación y devoción que conduce a la cúpula central de la capilla debajo de la cual se encuentra el maravilloso tabernáculo de tres cuerpos que van disminuyendo en tamaño según van creciendo en altura, atribuido al escultor Francisco Martín Pinto; en donde se encuentra la imagen de la Virgen del Rosario, custodiada por Santo Domingo, oculto en la penumbra de la parte posterior del ciprés.

Esta secuencia iconográfica no solo cumple una función estética, sino también pedagógica: guía al observador en un viaje espiritual, mostrando la conexión entre la humanidad y lo divino a través de la devoción al Rosario. El conjunto, complementado por ángeles barrocos, roleos, vides y demás elementos decorativos trabajados con pan de oro, le valió el título de “Domus Aurea” (Casa de Oro).

Más allá de su esplendor artístico, la capilla funcionó como centro de enseñanza religiosa: aquí se instruía a los fieles en el rezo del Santo Rosario, integrando la devoción en la vida cotidiana y fortaleciendo la identidad espiritual de la ciudad.

Este templo no es únicamente un edificio; es un testimonio tangible de la historia social de Puebla. En él convergen la devoción popular, la tradición litúrgica y la expresión artística de la época, desde retablos hasta elementos escultóricos que narran episodios religiosos.

Asimismo, la capilla ha funcionado como espacio de cohesión comunitaria, en el que la práctica de la fe refuerza la identidad local y preserva un vínculo intergeneracional con la espiritualidad. Analizar la devoción a la Virgen del Rosario y la construcción de su capilla permite comprender cómo la religiosidad se traduce en patrimonio tangible y simbólico, y cómo los edificios sagrados se convierten en espejo de la historia cultural de Puebla.

Ana Martha Hernández Castillo
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Historiadora del arte y doctora en estudios históricos. Docente e investigadora de temas culturales y artísticos de la ciudad de Puebla. Gestora de proyectos culturales en el ámbito público y privado

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