Estamos cerca de celebrar el Día de Muertos, una de las tradiciones más arraigadas de nuestra cultura, y por ello el tema de esta columna cobra especial sentido. En estos días en que la memoria de quienes se nos adelantaron se llena de flores, de velas y de ofrendas, mirar hacia el arte funerario presente en los panteones poblanos, es también una forma de rendirles homenaje.
Por otro lado, el arte funerario, que tantas veces ha sido relegado al silencio de los cementerios, también forma parte esencial del patrimonio cultural de Puebla; no por encontrarse tras los muros de un panteón deja de ser digno de admiración ni de conservación: las esculturas, relieves y mausoleos que pueblan estos espacios son testimonios de la sensibilidad artística, de las creencias y de las formas de representación del duelo de cada época. En ellos, el mármol, el bronce y la piedra hablan no solo de la muerte, sino también de la memoria, la estética y la identidad de Puebla.
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En nuestra ciudad, fue durante el Porfiriato cuando la escultura funeraria alcanzó sus mejores momentos: en esa época inmigraron escultores europeos como Alciati, Ponzanelli o Volpi que llegaban a Puebla para solventar las necesidades de la burguesía que inspiraba sus gustos según lo que llegaba a saber de las modas y usos del viejo continente; por lo que no resulta casual que hayan podido establecerse éstos escultores que desarrollaron obras que respondían a gustos del mercado funerario de Italia, España o Francia.

En Puebla, el Panteón Municipal y el Panteón Francés ostentan algunos los mejores ejemplos de escultura funeraria de la ciudad; el primero, inaugurado el 5 de mayo de 1880, surgió como parte de las obras de modernización porfiriana de los servicios públicos a cuenta del ayuntamiento local, en aras de cumplir una aspiración de sanidad y control social de los entierros. El segundo -aledaño al Panteón Municipal- se construyó en 1896 para albergar los restos de los combatientes franceses y mexicanos que se enfrentaron en la batalla de 1862.
La escultura funeraria presente en ambos cementerios responde a cuatro tipologías relacionadas con el simbolismo iconográfico del duelo: 1) motivos antropomorfos; 2) animales; 3) vegetales y 4) objetos simbólicos. Dentro de la primera categoría, entran todas aquellas figuraciones de conceptos que “adquieren cuerpo”: pueden ser figuras sacras como imágenes de Cristo, la Virgen o los santos; figuras alegóricas como el dolor o el duelo; pero las más numerosas son, en definitiva, las figuras angélicas, personajes alados, mensajeros celestiales, que ayudan al alma de los muertos en su tránsito al Paraíso.

Estas figuras, en este contexto, se llaman ángeles funerarios y se nos presentan bajo diversos aspectos: a veces como ángel de la muerte, portando una espada, instrumento con el que se cortan los lazos de la vida terrenal y que repesenta la justicia divina; otras, es un ángel psicopompo -del griego “psyche” (alma) y “pompos” (el que guía o conduce)- cuyo papel es asegurar un tránsito seguro del difunto al mundo de los muertos; éste, se representa en actitud de volar, conduciendo en brazos el alma, comúnmente representada como un niño pequeño; en ocasiones se proyecta como guardián de la tumba, sentado sobre ella; y a veces porta una trompeta, elemento vinculado a las siete trompetas del Juicio Final que según el libro bíblico del Apocalipsis, son tocadas por siete ángeles al final de los tiempos.
La apariencia, posición y atributos de los ángeles funerarios tienen una simbología específica y dan cuenta del papel que juegan éstos seres en el contexto funerario; por ejemplo, podemos identificar al ángel del dolor porque reposa la cabeza sobre el brazo derecho en señal de tristeza y su mano izquierda sostiene una rama de laurel que simboliza la inmortalidad del alma. Tenemos también los ángeles doncellas que tienen la vista fija en el cielo y las alas extendidas en señal de victoria sobre la muerte; a veces portan flores o guirnaldas que simbolizan la fugacidad de la vida y el triunfo sobre la muerte.

Por otro lado, cuando los ángeles tienen una estrella de cinco puntas en la frente -representación de las cinco heridas de Cristo- significa que tienen una función de protectores del alma del difunto y cuando tienen los brazos cruzados sobre el pecho, simbolizan que el difundo ha encontrado el descanso eterno y que está protegido por el amor divino.
La posición de las alas de los ángeles también tienen una carga simbólica específica: desplegadas significan que el ángel guarda y protege las almas de los fallecidos y simbolizan la gloria y triunfo del bien sobre el mal; mientras que las alas cerradas, por otro lado significan el duelo, el dolor y la pérdida.

De esta manera, los ángeles funerarios, con su entrañable simbología del duelo, son un testimonio silencioso de la historia y del arte que habita en la memoria de Puebla. Cada uno de ellos narran una forma de entender la vida, la fe y la belleza desde la cercanía con la muerte. Reconocer estos elementos como parte del patrimonio no solo implica conservar su materia, sino también preservar las historias, los oficios y las sensibilidades que les dieron forma. En ellos, la ciudad se contempla a sí misma, entre la piedra y el tiempo, afirmando que incluso en el reposo hay cultura y vida.
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Reflexión final: Promover y proteger el patrimonio no debería significar restringir su disfrute. Durante la visita de campo al Panteón Municipal para la redacción de esta columna, una persona adscrita al Ayuntamiento de Puebla nos estuvo tomando fotos a mi y a mis acompañantes -sin nuestro consentimiento- y nos preguntó si teníamos un permiso para entrar y recorrer el panteón; le contesté que no tenía permiso porque no sabía que había que pedir uno. En el Código Reglamentario Municipal (COEMUN) no está establecido que se prohiba la realización de recorridos en el Panteón sin un permiso previo; y a la entrada tampoco se indica este requerimiento. Si existe la necesidad de hacer dicho trámite, sería bueno que se hiciera público y visible.
El arte funerario de los panteones poblanos es una lección viva de arte, historia y memoria colectiva que merece ser vista, estudiada y valorada. Limitar el acceso a quienes buscan comprenderla desde el respeto y la investigación no preserva su integridad, sino que la condena al olvido. Si el arte funerario guarda la memoria de los que nos precedieron, abrir sus puertas al conocimiento es también un acto de respeto hacia ellos y hacia la ciudad que los vio nacer y morir.
Ana Martha Hernández Castillo
Historiadora del arte y doctora en estudios históricos. Docente e investigadora de temas culturales y artísticos de la ciudad de Puebla. Gestora de proyectos culturales en el ámbito público y privado

