viernes, septiembre 12, 2025

De la gesta al mito: los Niños Héroes en la memoria mexicana

Aquel 13 de septiembre, el Castillo de Chapultepec no sólo estaba resguardado por 6 cadetes; en realidad había 800 soldados mexicanos, 400 refuerzos del batallón activo de San Blas y más de 50 cadetes del Colegio Militar.

Como dijera Sigmund Freud: “Ningún escrúpulo podrá inducirnos a eludir la verdad en favor de pretendidos intereses nacionales”, o personales, agregaría yo.

Durante 15 años pertenecí al alumnado del Centro Escolar “Niños Héroes de Chapultepec”; año con año, cada lunes, participé en la ceremonia en donde se leía la lista de honor: la voz del micrófono decía el nombre de los Niños Héroes: “Juan de la Barrera, Juan Escutia, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez y Francisco Márquez”; después de cada nombre, todos los alumnos presentes respondíamos: “Murió por la patria”.

Año con año participé en el concurso de escoltas para ganar el honor de cargar los retratos de los Niños Héroes en el desfile del 5 de mayo, al frente del contingente de la escuela; cada 13 de septiembre, lloviera o relampagueara, participaba en la ceremonia conmemorativa en el momumento a los Niños Héroes; para después, rendir homenaje a Vicente Suárez, el niño héroe poblano, en un pequeño parque que lleva su nombre, aledaño a las instalaciones de la escuela.

Todos estos años, esta narrativa escolar hizo que la historia de los Niños Héroes fuera una de las más entrañables para mi; en las clases de historia se ponderaba el valor de éstos héroes que, a pesar de su juventud, se convirtieron en símbolo de valentía y sacrificio nacional. Los profesores del CENHCH hicieron que, en muchos de nosotros, se generara un tipo de identificación personal con ellos: cómo jóvenes estudiantes tal vez ya no lucharíamos por nuestra patria, sino que, como rezan las estrofas del himno de la escuela, lograríamos “excelsas victorias en la lucha gentil del saber.”

Sin embargo, cuando decidí estudiar historia, la verdad ineludible que saltó a mi vista es que, como ya lo hemos dicho en este espacio varias veces, las cosas no fueron como la historia oficial nos dice; tristemente, la Historia no responde a querencias personales.

De acuerdo al discurso oficialista, el 13 de septiembre de 1847, en una de las últimas batallas de la guerra entre México y Estados Unidos; el ejército estadounidense atacó el Castillo de Chapultepec, a la sazón sede del Colegio Militar. Seis cadetes, a  pesar de que sus superiores les habían ordenado retirarse, se quedaron a defender el castillo y murieron en el combate; uno de ellos, Juan Escutia, en un acto simbólico de amor a la patria, se envuelve en la bandera mexicana que ondeaba en el castillo, y se arroja al vacío para evitar que cayera en manos enemigas.

Otra versión, nada heroica pero ampliamente difundida, dice que los seis cadetes no decidieron permanecer en el Colegio, sino que estaban castigados ahí; que no tuvieron oportunidad de defenderse porque estaban en mitad de una borrachera cuando la ofensiva estadounidense los sorprendió, y que el “acto heroico” de Juan Escutia no fue más un accidente provocado por la borrachera: simplemente se tropezó y cayó. Ambas versiones son los polos opuestos de la historia… y ambas son falsas.  

Aquel 13 de septiembre, el Castillo de Chapultepec no sólo estaba resguardado por 6 cadetes; en realidad había 800 soldados mexicanos, 400 refuerzos del batallón activo de San Blas y más de 50 cadetes del Colegio Militar.

Ciertamente, al final del día, éstos 6 cadetes estaban muertos, pero también más de 600 soldados perdieron la vida, otros 400 estaban en fuga o desertaron, y la mayoría de los oficiales y cadetes del Colegio habían sido hechos prisioneros; entre ellos Miguel Miramón, futuro presidente de México y a quien le pagamos su sacrificio por la patria fusilándolo junto a Maximiliano de Habsburgo… aunque esa es otra historia que ya les platiqué en este espacio.

Más adelante, durante el Porfiriato, se construyó el mito de los Niños Héroes para fomentar un sentimiento nacionalista en contra de las invasiones extranjeras; se romantizó el hecho histórico para exacerbar nuestras victorias nacionales, y entonces se inventa el término “niños héroes” para los 6 cadetes muertos, como un símbolo del amor a la patria y la pureza cívica presente en la juventud.

Éste romanticismo nubló la realidad, pues, resulta que los llamados “Niños Héroes” no eran tan niños: Francisco Márquez y Vicente Suarez tenían 14 años, ya eran adolescentes; Agustín Melgar y Fernando Montes de Oca tenían 18; Juan de la Barrera 19 y Juan Escutia 20 años. Por otro lado, no hay registros históricos que corroboren que Juan Escutia de lanzara con la bandera; de hecho, el lábaro patrio que ondeaba en el castillo sí fue tomado por los estadounidenses y devuelto a México hasta un siglo después, en el marco de la conmemoración del centenario de la batalla.

Sin embargo, más allá de la certeza histórica, la historia de los Niños Héroes, que entreteje el mito y la realidad, encarna un valor simbólico de entrega y valor que ha dado cohesión a la memoria nacional; su sacrificio, real o recreado por la narrativa patriótica, sigue recordándonos que la grandeza de las naciones se sostiene no sólo en hechos, sino también en los ideales que la historia decide preservar como ejemplo; más que comprobar los hechos, lo que importa aquí es identificar, en la figura de los Niños Héroes, la aspiración de un pueblo a reconocer en la juventud la esperanza en el futuro y la responsabilidad de la juventud por vivir, soñar y pugnar por alcanzar honor y excelsitud.

Ana Martha Hernández Castillo
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Historiadora del arte y doctora en estudios históricos. Docente e investigadora de temas culturales y artísticos de la ciudad de Puebla. Gestora de proyectos culturales en el ámbito público y privado

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