El próximo 21 de julio se cumplen 81 años de la apertura como museo público de uno de los museos más representativos de Puebla: el Museo José Luis Bello y González. Este museo, formado con la colección acopiada a lo largo de su vida por el industrial poblano José Mariano Bello y Acedo, cuenta con más de 3,000 obras de arte de América, Asia y Europa; algunas, con una antigüedad de más de mil años.
La presencia de las obras del Museo Bello en exposiciones de museos del mundo como el Museo de América en España, el Museo del Pueblo Filipino en Manila, el Museo de San Telmo en San Sebastián, España o en el Museo de las Civilizaciones Asiáticas de Singapur; dan cuenta de la relevancia que actualmente las obras de esta colección tienen en el mundo del arte.
Muy probablemente, el coleccionista, Don Mariano Bello, no imaginó que las obras de su colección tendrían tal relevancia a futuro, pues finalmente coleccionar es un acto íntimo y personal. Sin embargo, en este acto se involucran factores sociales, económicos y culturales; factores que tal vez, no de forma conciente, fueron considerados por Don Mariano al tomar la decisión de heredar, mediante su testamento, todas las obras de su colección al Estado de Puebla para que fueran exhibidas en un museo público “para educación y deleite de las generaciones futuras.” Con esta decisión, Don Mariano Bello le otorgó un papel social a su colección, un papel que, desafortunadamente, está completamente desvirtuado en la actualidad.

A pesar de que en su testamento Don Mariano Bello estipuló que “no se enajene ni disponga de ninguna de las pinturas, ni de las obras de arte, sino que todo se conserve en recuerdo perdurable del señor mi padre don José Luis Bello”; el acervo del Museo José Luis Bello y González en los últimos 15 años, ha sido objeto de políticas públicas que contravienen el último deseo del testador y que desdibujan su papel social: más de la mitad de su acervo no se exhibe en el propio museo, sino que sus colecciones, totalmente descontextualizadas, son exhibidas en otros museos o están guardadas en bodegas.
El problema, creo yo, radica en que se tiene una percepción errónea de que el museo se reduce a un almacén de cosas viejas que, de tanto en tanto, se exhibenpara que el público pueda verlas. Así, el éxito o fracaso de la institución museística se mide en función del número de personas que acuden a ella “a ver obras”.
Pero de acuerdo al Consejo Internacional de Museos (ICOM), un museo es, o debe ser, “una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. (…) Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos.” Es decir, que los objetivos de la institución no se cumplen sólo con contabilizar las personas que acuden “a ver” sino que se debe promover la participación de la comunidad y sobre todo, la reflexión en torno al patrimonio que se resguarda en los museos.

En este contexto, desde mi punto de vista, medir el éxito de una política cutural a través del número de asistentes a los museos refleja un sesgo, pues estos indicadores de desempeño son fácilmente manipulables y no reflejan el consumo cultural de forma realista.
Las estadísticas sitúan al estado de Puebla como la quinta entidad a nivel nacional en visitas a museos. Sin embargo, aunque en teoría los números no mienten, cuando uno visita los museos poblanos es notoria la falta de correspondencia entre los números reportados y la presencia real de visitantes; y no sólo eso, al leer los comentarios de los libros de visita uno puede notar que el índice de satisfacción del asistente es baja: espacios cerrados, salas vacías, instalaciones deficientes, información insuficiente, atención a público casi inexistente.
Urge replantear y ponderar el papel social de los museos para reestructurar los indicadores de medición de desempeño y medir de forma realista el cumplimiento de los objetivos de la institución museística, que no se reducen sólo la exhibición de objetos patrimoniales para “ser vistos”; los museos son repositorios de la memoria de una comunidad; resguardan una sección de la cultura de una nación plasmada en los objetos que exhibe; al entrar en contacto con el patrimonio que constituyen éstos objetos, se generan ejes de cohesión social y formación de valores identitarios que contribuyen al desarrollo cultural, social y económico de la humanidad; valores que propician los cambios sociales, de aquí que resulte tan importante promover el acercamiento, participación y reflexión de la población con los museos de su comunidad.
Tal cómo lo dice la definición del ICOM, el patrimonio resguardado en los museos también se investiga, conserva e interpreta; de ahí que los museos también se consideren como centros educativos que fomentan el pensamiento crítico y que, mediante la investigación, generan plataformas para la exploración y difusión de nuevas ideas. Una noción que Don Mariano Bello ya tenía ya en cuenta el momento de redactar su testamento en 1918:“para educación y deleite de las generaciones futuras.”

Ana Martha Hernández Castillo
Historiadora del arte y doctora en estudios históricos. Docente e investigadora de temas culturales y artísticos de la ciudad de Puebla. Gestora de proyectos culturales en el ámbito público y privado