miércoles, enero 1, 2025

Los molotes de la “Tía Graciana”

En la calle de Santa Clara, o muy cerca de ahí, se encontraba un balcón donde se dice vendían los mejores molotes de Puebla, la señora que los preparaba se llamaba Graciana Nolasco Ramírez.

En la calle de Santa Clara, o muy cerca de ahí, se encontraba un balcón donde se dice vendían los mejores molotes de Puebla, la señora que los preparaba se llamaba Graciana Nolasco Ramírez, recuerdo haberla visto cuatro o cinco veces en mi vida a pesar de ser hermana de Pedro Nolasco, mi abuelo.

Era curioso escuchar la fama de esos molotes tradicionales por otras personas, entre ellas mis maestras de la primaria, o algunos maestros de la ETI 17 que iban a comprarle a Doña Graciana, misma que seguía le verdadera receta y preparación, ya que nunca osó ponerle salsa y crema, sino que el poblano durante cerca treinta años únicamente saboreo el relleno.

No se necesitaban muchos tipos, recuerdo que había los cuatro clásicos, “tinga, papas, rajas, y requesón”, los dos últimos con un rico epazote.

La “Tía Graciana” había pasado una infancia difícil al igual que su hermano que era uno o dos años mayor que ella, y al haber quedado en la orfandad cuando tenía seis o siete años; ambos emprendieron caminos distintos, pero eran cercanos.

Fue un día que ante la falta de dinero abrió la puerta de ese balcón de la 6 Oriente, y comenzó a vender el molote tradicional, el que iba frito en manteca y lógicamente muy dorado para que al morderlo se escuchara el crujir.

Si bien la fama es de los molotes de “El Correo” que están en la 5 Poniente, los de mejor sabor eran los de la señora Nolasco.

No fue necesario tener un local con mesas, la gente comía los molotes como lo hace un poblano bien nacido, parado, inclinando el cuerpo y tomándolo de la punta para darle la mordida.

El buen poblano no come “molote hawaiano”, tampoco “molote de camarón y pulpo”, come de los sabores mencionados, además de sesos y huitlacoche.

La última vez que vi a mi tía fue en mayo de 1989 cuando acudió a despedirse de su hermano, su negocio estaba por cerrar, pero dejó una huella con esos molotes del balcón de Santa Clara.

Francisco Sánchez
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